Los animales hablan sin poder hablar, porque sus miradas están cargadas, más que la de un humano, de su incapacidad y es por ello que sus sentimientos y expresiones desbordan sus ojos.

Una pequeña cabra corretea, es un animal juvenil y de color blanco desde la punta de las orejas hasta el final de su cola. El espacio es pequeño, está delimitado por las murallas. Es lo que llamarías hogar, sino estuvieses durmiendo.

La cabra corretea, y sabes que debes atraparla. No es que quieras capturarla y encerrarla, es que solamente no quieres que ensucie el piso y te culpen de ello.

Te acercas, la cabra da brincos. Te acercas más y la cabra se mueve ligera y ágilmente, para dar un salto hacia una de las murallas libres y empujarse desde allí en otra dirección: listo. Ya sabes que la cabra salta y que además de ensuciar paredes, puede romper algo. Pero la cabra está feliz, quiere que aceptes el desafío y la persigas. Tu instinto del juego manda y aceptas su oferta de sentido.

Un par de minutos de persecución y las cosas no resultan tan bien. La juvenil cabra salta y se rompe su pata delantera izquierda. No hay sangre, no hay conexión: el salto le amputó la pata a dos centímetros de la pezuña. La cabra ya no se puede mover, la cabra está triste. No hay dolor, al menos no dolor físico. Sus ojos se apagan, la alegría se escapó.

Ahora tú estás triste, sabes que se hubiese actuado como debías, tal vez la cabra se hubiese aburrido, pero su pata estaría a salvo. Eres culpable, esa cabra nunca más podrá saltar como antes por las murallas.

El destino de la cabra era, en pocas palabras, ser llevada al día siguiente a un lugar donde comería pasto y crecería para dar crías. Tal vez se pueda realizar, pero habrá una pata menos para apoyarse.

Tomas la cabra y la abrazas de frente, como si fuera un niño pequeño y la llevas a donde debe esperar el mañana.

En eso aparece tu madre, alguien ha tocado el timbre. Abres la puerta y aparece una señora de unos 54 años, no se ve deteriorada, pero la edad aparece en frente de tus ojos mientras desconfías de quien ves. Tu madre la hace pasar, no te explica nada. Al rato sabes a qué se dedica, aunque se te escapa su nombre. La mujer es médium. Tu madre la llamó ¿Por qué?.

Todos se sientan, tú también. Ahora pasan a explicar su visita: tu madre no aguanta más y quiere contactarse con su padre, tu abuelo, que murió hace dos años. Dice que necesita hablar con él y que no aguanta más su ausencia, pero en ningún momento comenta qué lo que quiere hablar y aunque sabes que deberías reconfortarla y mandar al carajo a esta bruja que cobra por estos contactos y así darle un sustento emocional a tu madre para que deje ir a tu abuelo, no lo haces. Es un capricho, su capricho. Está vieja y necesita esperanzas, que hable con el más allá.

Entonces te enteras de que la médium no lo es tal, o no como comúnmente se les conoce. Esta señora puede  llamar a los espíritus por medio del cuerpo de otros para que estos estén presentes. Tu madre quería ser la persona que mediara, pero te enteras, y ella también, de que quien hace de médium no puede hablar con el espíritu.

Lo sabes, los demás no lo dirán, pero todos esperan que alguien tome su lugar. No esperas, dices que tú serás quien medie en esta situación, además sabes que tienes facilidad para ese tipo de cosas.

Te sientan cómodamente, aunque nunca es cómodo cuando alguien te sienta. La bruja te comienza a hablar de relajarse, pero tú ya sabes cómo se hace esa parte. Lo has hecho por tu cuenta, aunque nunca has contactado a nadie.

Luego te da de beber un líquido como el agua, pero más espeso. Lo bebes, no hay ascos ni nada. A continuación pronuncia unas oraciones que no te interesan, mientras te entrega un pan redondo y de un color café oscuro. Lo pruebas y notas que no tiene sabor. Te lo terminas y luego te sientas en el sillón con los brazos apoyados y abiertos sobre el respaldo. La señora te dice que vas a comenzar a sentir, no le entiendes. Se te nubla la vista, pero no totalmente. Sientes el aire espeso como el agua, es agradable y desconcertante. Pero hay un problema, en realidad hay un algo. Lo sientes, antes de beber y comer lo sentías, pero era muy débil y muy constante, te engañaba su constancia. Ahora lo sientes, casi puedes oírlo respirar. Comienza el miedo, tienes una idea de lo que es y sabes que no es bueno. Esa sensación oscura carcome tu psiquis, lo sientes. Es una grieta, no es tu abuelo. Te volteas hacia tu izquierda, mientras sientes unos pasos a tu derecha. Mientras esto ocurre, la bruja y tu madre ya no están. Estás en solitario y al darte vuelta ves a eso de unos 20 centímetros la cara de una gárgola oscura y viva frente a la tuya.

Sabes quién te vino a ver. Se acabó.

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